Março de 2024 – Vol. 29 – Nº 3

Gley P. Costa,  Gildo Katz y José Facundo Oliveira 2

A lo largo de dos décadas, hasta aproximadamente el inicio de los años 2000,
David Maldavsky realizó una larga investigación de los procesos anímicos e
intersubjetivos de pacientes con manifestaciones psicosomáticas, documentada en un
gran número de artículos y libros publicados (Maldavsky, 1986, 1990, 1992, 1995a,
1995b, 1997, 1998a, 1998b, 1999a, Maldavsky et al., 2001a y 2001b). Como resultado
de esta investigación, desarrolló una teoría sobre las enfermedades psicosomáticas que
incluye una forma de considerar el cuerpo desde una teoría freudiana; una concepción
de la organización del yo primitivo; una descripción de las defensas patogénicas y sus
estados; una categorización de los trazos del carácter; una mayor precisión sobre los
afectos, la percepción, la motricidad y los tipos de discursos, y, por último, un estudio
sobre los nexos subjetivos en diferentes contextos: pareja, familia, grupos e
instituciones. En los años siguientes a este período hasta su fallecimiento,
particularmente en su actividad académica, desenvolvió nuevas hipótesis sobre la
psicosomática que mejoraron la teoría expuesta y a ella se integraron (Maldavsky 2004,
2005, 2007, 2013, 2015).

Al lado de los refinamientos teóricos, la clínica representó para Maldavsky una
permanente fuente de nuevos y más profundos conocimientos sobre el funcionamiento
mental. En esta línea, cabe destacar sus trabajos sobre el lenguaje del erotismo, cuyas
raíces se encuentran en la teoría de la comunicación y en los estilos narrativos de David
Liberman, del cual fue colaborador, admirador y gran amigo. Como resultado de estos
estudios, Maldavsky (2004, 2013) desarrolló el ADL (Algoritmo David Liberman),

1 A través de este artículo buscamos, no solamente prestarle un homenaje, sino también expresar nuestra
gratitud. Gran parte de lo que escribimos en los últimos diez años aproximadamente, sobre desvalimiento
y en particular sobre psicosomática, en libros y revistas de psicoanálisis, lo aprendimos con David
Maldavsky y con los profesores que lo rodeaban en la UCES, entre los cuales destacamos a Liliana
Alvarez, Nilda Neves y Sebastián Plut, así como al resto de sus colaboradores altamente preparados e
igualmente merecedores de nuestro reconocimiento.
2 Miembros fundadores y didácticos de la Sociedade Brasileira de Psicanálise de Porto Alegre, afiliada a
la International Psychoanalytical Association, y profesores de psiquiatria y psicoterapia de la Fundação
Universitária Mário Martins (Porto Alegre RS, Brasil).

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método de investigación psicoanalítica por medio del cual es posible detectar las
erogeneidades y defensas en el discurso con base en la doctrina libidinal de Freud,
expresadas en tres niveles de análisis del lenguaje: palabra, frase y relato.

Aparte de las seis etapas del erotismo del psicoanálisis clásico (oral primaria,
oral secundaria, anal primaria, anal secundaria, fálico uretral y fálico-genital), a partir de
la observación de Freud (1926[1925]) de que las investiduras libidinosas se hacen
inicialmente sobre los órganos internos, en especial el corazón y los pulmones,
Maldavsky (1998b, 1999a, 2002a, Maldavsky et al., 2001b, 2002) creó una séptima
etapa libidinal, anterior a la oral primaria, representando el primer nivel de la
sexualidad, apoyada en la autoconservación, al que denominó “intrasomático”, lo cual
se revela en el ADL, configurando las “patologías del desvalimiento”(Maldavsky,
1998a, 2004, Maldavsky et al 2005, 2007). La expresión fue acuñada por Maldavsky
para designar la clínica de pacientes psicosomáticos, pacientes con trazos autistas, las
neurosis tóxicas, y traumáticas, las traumatofilias, las adicciones, los trastornos
alimentarios, las perturbaciones del sueño, la violencia vincular, la promiscuidad y otras
patologías que, desde el punto de vista teórico, técnico y clínico, difieren de las
neurosis, psicosis y perversiones (Maldavsky, 1992, 2004, Maldavsky et al., 2005,
2007). El término desvalimiento, en alemán “Hilflosigkeit”, tomado de la obra de Freud
(1926[1925]) es definido de esta manera en la introducción de Strachey:

El factor determinante de la angustia automática es una situación
traumática, y esta es, esencialmente una vivencia de desvalimiento del yo ante
una acumulación de excitación, sea de origen externo o interno, que aquél no
puede procesar (p. 99).

En lo tocante a las investiduras iniciales intrasomáticas, y la dinámica pulsional
relacionada, Maldavsky (1998a) llama la atención sobre la concepción de un cuerpo
distinto del cuerpo concebido en la histeria, el cual es fuente y primer objeto, tanto de
Eros (sexualidad y autoconservación) cuanto de la pulsión de muerte. Freud, en Más
allá del principio del placer (1920), describió este cuerpo como un conjunto de células
que poseen entre sí una relación de afinidad, pero también de diferencia, la cual
neutraliza el riesgo del conjunto de autointoxicarse y sucumbir sumergido en sus
propios deyectos, retornando a la inercia inorgánica. El encuentro entre estas células

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químicamente relacionadas pero diferentes hace que unas funcionen para las otras no
sólo como desintoxicantes sino también como tróficas. Además de eso, la diferencia
crea una tensión que pulsiona los componentes de Eros. No obstante, la fuerza de la
realidad exterior representa una amenaza de devastación de esta alianza antitóxica,
fuente de las pulsiones de la vida. Para defenderse, el conjunto celular desarrolla una
coraza superficial inerte, o sea, insensible, que funciona como protección contra los
estímulos. Pero no le basta al cuerpo formado por este conjunto celular defenderse de
los riesgos de la autointoxicación y de la devastación por la acción mundana. Según
Freud, necesita todavía sobrevivir a la multiplicación, por lo que entra en acción el
plasma primordial, que toma al resto del cuerpo como un medio para desarrollar
procesos de autoperpetuación, frecuentemente a expensas del encuentro con otro
cuerpo, diferente en cuanto a lo sexuado, pero suficientemente afín. A estos tres
componentes propuestos por Freud, Maldavsky (1998a) añadió un cuarto: el sistema
inmunitario, conectado a la “pulsión de sanar” (Freud, 1933), componiendo una coraza
antiestímulos volcada al interior.

Freud (1920) concibió la pulsión como una tendencia a recuperar una etapa
anterior: la inercia, para la pulsión de muerte, una etapa duradera de tensión vital para la
pulsión de autoconservación y un placer para la sexualidad. El rol más complejo es
desempeñado por la autoconservación, que por una parte es un componente de Eros y
por otra es representante de la vuelta a la inercia. Sin embargo, cabe consignar que la
autoconservación busca la extinción de la vida por medio de rodeos (lleva a cada uno a
morir a su manera), mientras la pulsión muerte impone el fin de la vida de una manera
ajena, sin dilaciones, por intoxicación de las células en sus propios deyectos, en un
cuerpo en el cual se pierde la diferenciación. Aun de acuerdo con Freud (1924), la
sexualidad contribuye para conectar la pulsión de muerte a expensas de un cambio en el
principio en el cual se basa: en el lugar del placer, el masoquismo. Más adelante, en el
Esquema de Psicoanálisis (1940[1938]), alertó sobre el hecho de que la pulsión de
muerte puede también afectar la autoconservación. En este caso, no se crea el
masoquismo erógeno, por una alteración de la autoconservación que permanece
estancada, cambiada de signo. Obviamente, pueden ocurrir combinaciones entre estas
alternativas: la estasis de la necesidad puede imbricarse con un sadomasoquismo
primordial, en el que Eros y la pulsión de muerte recaen sobre el propio organismo. Esta

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estructura química compleja que cuenta con un sistema nervioso encargado de recibir y
de procesar las excitaciones, atrae para sí una investidura pulsional, de la cual dispone
para desenvolver su actividad específica. Para Freud (1940) el núcleo del psiquismo está
formado por la pulsión y la energía neuronal, y de él deriva la constitución de la
subjetividad en los procesos anímicos. Fue en este universo teórico freudiano que
Maldavsky concibió la antes referida “etapa de la libido intrasomática”, que en los
últimos quince años constituyó la meta principal de la investigación clínica y, también,
formal, a través del ADL, de Maldavsky y de su grupo de estudiosos de la UCES
(Maldavsky, 1992).
Simultáneamente a este lenguaje del erotismo intrasomático, Maldavsky (1992)
dió vida y amplió la concepción freudiana sobre el Yo Real Primitivo, el cual, según
Freud (1915), se define por su función; en este caso establecer la diferencia entre los
estímulos endógenos (pulsionales) y los exógenos, de los cuales es posible huir, razón
por la cual son indiferentes. La tarea de este yo inicial consiste en procesar y representar
psíquicamente como lenguaje de pulsión el erotismo intracorporal. Maldavsky (2005)
enfatiza que él posee su modo propio de sensaciones y motricidades, sus mecanismos de
defensa, sus representaciones y su lógica de procesar las exigencias pulsionales. Con
relación a esta última, viene al caso recordar que, en el inicio de la vida psíquica, antes
de la aparición de la acción específica, las exigencias pulsionales son procesadas
mediante una alteración interna, por ejemplo, el llanto y los gritos del recién-nacido. Sin
embargo, de a poco estas y muchas otras demandas internas pasan a ser atendidas a
través de la acción específica, pero algunas siguen siendo procesadas por medio de una
alteración interna, entre ellas: la pulsión de respirar (Freud, 1950[1938]), la pulsión de
dormir (Freud, 1940[1938]), la pulsión de sanar (1933), a la cual Maldavsky vinculó el
sistema inmunitario (Maldavsky, 1998a). Estas tres pulsiones combinan
autoconservación y libido narcisista y pueden alterarse por la acción de la pulsión de
muerte. De la alteración interna, también dependen los afectos, que son
desprendimientos libidinales narcisistas: sea como hemorragia (dolor), sea como
descarga secretora o vasomotora.
Uno de los puntos más elaborados de los estudios de Maldavsky sobre el Yo
Real Primitivo (Maldavsky, 1995b), se encuentra en la diferencia que Freud estableció
en el Proyecto (1940[1938]) entre una conciencia oficial, que llamó secundaria,

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implicada en la formulación “hacer conciente lo inconciente”, relacionada a las
patologías neuróticas y psicóticas, y una conciencia originaria, anterior a las marcas
mnémicas y a las representaciones, a la cual llamó neuronal, implicada en la captación
de la vitalidad pulsional como fundamento de la subjetividad. Esta conciencia originaria
es la que le concede al ser humano el sentimiento de estar vivo y su ausencia o
desconstitución genera la falta del sentimiento de existencia. Maldavsky aclara que
cuando esta etapa inicial no se halla suficientemente investida, el individuo presenta una
limitada capacidad de tomar conciencia de los sentimientos, incluyendo la tristeza,
configurando los cuadros que denominó “depresión sin conciencia “(Maldavsky 1995a,
1995b, 1998a,). Para Freud, (1950[1985]), el punto de partida del desarrollo del yo está
en la conciencia. Uno de los principales contenidos de la conciencia es el afecto, que
aparece en primer lugar, y luego la percepción, de la cual resultan las marcas mnémicas.
Inicialmente la percepción se encuentra desinvestida y consecuentemente se halla
indiferente, pero luego toma una significación afectiva, y el mundo sensible adquiere
una organización diferencial y se establecen las dimensiones espaciales. Por lo tanto,
sentir afecto es un requisito para que surja la conciencia vinculada a las percepciones.
Cuando falta el matiz afectivo, ocurre una inhibición, total o fragmentada del desarrollo
psíquico. Sin embargo, Maldavsky (1992, 1995b, 1998b) refiere que solamente es
posible sentir un afecto si el yo se siente sentido por otro, justificando la preocupación
de Freud (1918[1914]) por la dificultad de empatía con el Hombre de los Lobos, una
vez que tenía presente que el vínculo empático es una prerrogativa indispensable para el
éxito de un tratamiento analítico. Maldavsky (1995b, 1998a), enfatiza que algunos
análisis presentan una dificultad debido al hecho de que ciertos pacientes, así como el
Hombre de los Lobos, se atrincheran en una docilidad esterilizante, teniendo poco o
ningún efecto lo que les es dicho. Este estado apático resulta de la proyección que el
paciente hace del objeto original que rechaza la realidad, siendo él, precisamente, esta
realidad que el objeto condena a la aniquilación. A este objeto Maldavsky (1995b) dió
el nombre de “déspota loco”. Si volvemos a Winnicot (1965) o a Bion (1991),
podríamos hablar de fallas en la capacidad de reverie materno o de holding,
respectivamente, para el contexto en el inicio de la vida que genera la depresión sin
conciencia o sin sentimiento descrita por Maldavsky (1995a).

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Destaca Maldavsky (1998a, 2005) que la conciencia original se crea como
consecuencia de una serie de factores, a saber: 1) cierta economía pulsional; 2)
determinado funcionamiento neuronal; 3) una preparación filogenética, instintiva; 4) un
contexto facilitador, empático y 5) procesos de proyección en el espacio intracorporal.
Según sus palabras, el mundo visual es habilitado y adquiere significación específica a
partir de una proyección no defensiva desde la sensorialidad táctil, de donde deriva, por
ejemplo, la textura de un cuadro. Se crean, por lo tanto, nexos entre dos sensorialidades,
una táctil y la otra visual, y adquiere valor una geometría de carácter topológico. En
esta geometría, enseña Maldavsky (1980), las diferencias se hacen en términos de
abierto/cerrado, adentro/afuera, en el borde, etc. Sin embargo a diferencia de la
geometría proyectiva, ella no considera las proporciones estrictamente visuales. En la
geometría topológica, que encuentra lo visual desde lo táctil, lo visual es el punto de
llegada, mientras lo táctil es el punto de partida. Pero lo táctil, como sensorialidad
significativa, explica Maldavsky, debe ser basado (como punto de llegada) por
proyección desde otra especialidad intracorporal (punto de partida). En esta espacialidad
intracorporal es posible discriminar por lo menos dos sensorialidades: una de ellas es la
de ciertos estímulos, como el dolor, que se encuentran en el medio del camino entre la
percepción y el afecto, y que, por presentar un carácter perentorio, pueden ser
considerados, según Freud (1915), “pseudopulsiones”. Son equivalentes al dolor, a la
asfixia, el estado de tener sueño sin poder dormir y el vértigo.
Un segundo tipo de espacialidad es estrictamente sensorial, lo cual Maldavsky (1999a)
denomina globalmente “cinestesia”, aclarando que estas percepciones sensoriales no
presentan un carácter perentorio, y son fuentes de representaciones-órgano, sobre las
cuales deberán recaer luego las investiduras pulsionales. Esta segunda espacialidad
intracorporal se basa por proyección desde la primera, de las “pseudopulsiones”, y sólo
adquiere significación si el dolor, la asfixia, el sueño imposible de realizarse y el vértigo
no demandan tramitación urgente y duradera. La proyección no defensiva desde esta
espacialidad hacia la periferia del cuerpo, excitable por estímulos externos, genera el
mundo de lo táctil, caracterizado por el hecho de que el cuerpo, al ser tocado, es activo y
pasivo. Impedido este proceso de sucesivas proyecciones debido a una fijación en el
dolor, en la asfixia, en el sueño no realizado o en el vértigo, la sensorialidad táctil y,
luego, la visual, pueden adquirir igualmente significación, pero como consecuencia de
proyecciones defensivas.

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Advierte Maldavsky (2005) que, cuando predominan las sensorialidades
intracorporales, la atención dirigida al mundo exterior es, sobretodo, reflexiva, pasiva y
no psíquica, activa y, como destaca Freud (1950[1895]), se encuentra comandada más
desde el objeto y menos desde un movimiento pulsional dirigido al mundo exterior. El
hecho de que los estímulos del mundo exterior resulten indiferentes, no impide que
reciban un tipo específico de formalización: el yo los formaliza en términos de
frecuencia, de períodos, caracterizados más por su distribución temporal que por su
calidad. Como consecuencia, un estímulo auditivo y uno visual, que posean la misma
frecuencia, resultan equivalentes, como Lacan (1964) sostiene con relación a las
enfermedades psicosomáticas. Esta forma de percibir el mundo exterior se hace
acompañar por una relación objetal carente de investidura libidinal que Maldavsky
(1995a) llama de “apego desconectado”. Él aclara que, en buena medida, el objeto
investido tiene el valor de un contexto que no es ni desmesurado ni nulo, con un
carácter relativamente monótono, que le permite al individuo conciliar el sueño y
dormir. La percepción del mundo en el apego desconectado se hace en términos de
frecuencias, lo cual implica que se capta el estado de los procesos intracorporales
ajenos: la mirada es radiográfica y la escucha es estetoscópica. En tales circunstancias
se establece un equilibrio, amenazado por la conexión del apego. La amenaza contra el
apego aparece como estado de vértigo y la amenaza contra la desconexión como golpes
que causan dolor y aturdimiento. De esta forma, concluye Maldavsky (2005), podemos
decir que el mundo sensorial está compuesto por frecuencias, vértigos y golpes,
conjunto que es anterior a la captación perceptiva de las cualidades diferenciales en el
mundo exterior.

En lo que hace a los afectos inherentes al Yo Real Primitivo, Maldavsky (2005)
relaciona la angustia automática, propia de los procesos tóxicos, al dolor corporal, la
cólera ciega y el goce orgánico. Entre las defensas él destaca lo opuesto de la
proyección intracorporal. Aclara que se trata de una introyección intracorporal, a través
de la cual una investidura cualquiera, en vez de dirigirse al mundo externo, recae sobre
los órganos internos. En este caso, las zonas erógenas, toman un órgano como objeto.
Otra defensa es la proyección patogénica, mediante la cual el yo busca expulsar el
órgano en el cual despertó una tensión de necesidad inmediata mediante alteración

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interna. No obstante, dice Maldavsky (1995a), la defensa más importante del Yo Real
Primitivo es la desestimación del afecto, que puede ser normal o patogénica, cuando
toma la expresión del “dejarse morir”, correspondiendo a una desinvestidura que recae
sobre el yo, el cual se entrega a la pulsión de muerte. En El yo y el ello, Freud (1923)
sostiene que existe una defensa de la pulsión de muerte contra Eros, cuya meta es
eliminar la energía pulsional destinada a constituir una reserva del yo que posibilita
operar y neutralizar los riesgos del estancamiento pulsional. De esta forma, sostiene
Maldavsky (2005) que el dejarse morir combina por proyección patogénica, una
tendencia a la eliminación de la energía de reserva con la desestimación del afecto,
haciendo que la primera cualidad no se constituya en el yo y, por consiguiente, el
mundo sensorial carezca de significación.

Maldavsky (2005) refiere que hay factores que inhiben el funcionamiento del Yo
Real Primitivo, nombrando: 1) una afección somática precoz; 2) un estado de duelo
acompañado de retracción narcisista de la madre; 3) problemas con la maduración
neuronal, resultando en un retraso en la tramitación de las exigencias pulsionales y 4) la
combinación de causas anteriores, dificultando al Yo inicial cumplir con sus metas, a
saber: 1) diferenciar estímulos endógenos de exógenos; 2) promover el desarrollo de la
conciencia originaria y 3) posibilitar la sensorialidad conectada al mundo exterior como
significativo. En estas situaciones, golpes y vértigo sobresalen sobre la captación de
frecuencias, predominando una alteración interna basada en proyecciones que buscan
expulsar los órganos que registran tensiones de necesidad, juntamente a las
introyecciones orgánicas que invisten órganos internos en el lugar de los estímulos del
mundo externo y, por último, la desestimación del afecto con la consecuente abolición o
la no constitución del sujeto del dolor psíquico, sustituido por un estado de somnolencia
y sopor. En el mismo trabajo, Maldavsky enfatiza que, en algunos casos, la fijación en
un disturbio del Yo Real Primitivo va acompañada por el éxito de la desestimación del
afecto, pudiendo ocurrir una desinvestidura del mundo exterior como fuente excitante,
en lugar de los estímulos endógenos. Mencionando a Roitman (1998) subraya:

Esta inversión de la significación del mundo puede culminar en una
sobreadaptación, un exceso de investidura de atención hipertónica dirigida al
exterior en detrimento de las investiduras en si propio, particularmente de los
órganos (p. 244)

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En otras situaciones, dijo Maldavsky (1992), la defensa obtiene éxito apenas
parcialmente: neutraliza el afecto, que mantiene al sujeto en un estado de somnolencia o
apatía, sin que se observe el retorno al propio cuerpo de la vida pulsional desde el
mundo exterior, predominando la tendencia a dejarse morir. Pero también puede ocurrir
que vuelvan los estados corporales desinvestidos y demanden investidura, configurando
los estados en los que predominan malestares somáticos en el marco de los procesos
relacionados a la alteración interna.
En lo que concierne a la relación que establece Freud entre situaciones
traumáticas y perturbaciones de la autoconservación, en particular a la pulsión de curar,
Maldavsky (1999b, 2002b) advierte que se observa una simplificación excesiva en la
idea que la fijación a un trauma determina necesariamente una falta de registro
simbólico. Él piensa que deberíamos tener en cuenta que las marcas mnémicas derivan
de una multiplicidad de localizaciones de las percepciones del yo. Por este motivo,
puede ocurrir que la falta de inscripción de representaciones derivada de la
imposibilidad de conectar un estímulo aportado por la percepción visual sea
compensada por una inscripción a partir de una incitación olfativa, por ejemplo, y que,
por este camino, el recuerdo vuelva a la conciencia. Él enfatiza tambien que no siempre
las marcas mnémicas derivan de una precepción acompañada de conciencia. Puede
ocurrir que una conciencia conectada a determinado mundo sensorial (visual por
ejemplo) no se haya desarrollado, pero que igualmente se hayan inscripto marcas
mnémicas, las cuales adquieren en lo anímico, un valor no familiar o ajeno.
Sin lugar a duda, entre las más importantes contribuciones de Maldavsky a la
psicosomática, se destaca el estudio de las fijaciones en el erotismo intrasomático y las
consecuentes perturbaciones de la constitución del Yo Real Primitivo (Maldavsky,
1998b, 1999a, 2002a, 2005, Maldavsky et al, 2001a, 2001b). Él refiere que la libido
intrasomática marca su presencia en los relatos, en las características de ciertas frases y
palabras y, aún, en el desarrollo de ciertas defensas normales y patógenas.
La fijación en un disturbio del Yo Real Primitivo anticipa algunos procesos
psíquicos correspondientes a los momentos en los que se establece el conflicto entre los
complejos de Edipo y la castración. La desestimación del afecto, exitosa o fracasada, la
proyección y la introyección orgánicas se combinan con defensas como la desmentida y

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la desestimación de la realidad y de la instancia paterna. Maldavsky (2005) se cuestiona
sobre el éxito o el fracaso de estas defensas de nivel edipiano y responde: el éxito
generalmente está acompañado por un estado de euforia, megalómano, y también con el
rechazo de aspectos de la realidad y de juicios objetivos y críticos. El fracaso en
contrapartida, se presenta como una herida narcisista y como la vuelta de una realidad y
de los juicios objetivos y críticos rechazados. Con frecuencia lo desmentido y lo
desestimado vuelven con un cambio de signo de un doble inicialmente empleado al
servicio de la defensa, pero que muta para representar lo que le fue sofocado, según
subrayó Freud (1919). Existe, sin embargo, una tercera alternativa: que la defensa sea
parcialmente exitosa y parcialmente fracasada. El fracaso se presenta como un estado
opuesto a la euforia: como herida narcisista, como sentimiento de inferioridad. Por otro
lado, el éxito mantiene sofocados los juicios objetivos y críticos. En este caso, el
paciente se encuentra en una retracción narcisista, sin restitución, sin conexión con el
mundo externo.
En 1914, Freud afirmó que la retracción narcisista resulta ser tóxica, en especial
cuando la megalomanía fracasa, constituyendo esta situación el argumento central para
que ocurra el pasaje para la reconstitución, para la reinvestidura del mundo. Pero, dijo
Maldavsky (2005), existe un grupo de pacientes que permanece en la situación en que la
megalomanía fue sustituida por la herida narcisista sin retorno de lo desmentido o de lo
desestimado. Estos pacientes permanecen en un estado de estasis libidinal, secundaria a
un estancamiento de la necesidad, de la autoconservación.
Por cuenta de eso, la erogeneidad fálico uretral, en vez de investir un mundo de
fantasías y un mundo exterior recae sobre los órganos internos, en un proceso que
Maldavsky (1992) denomina de “autoerotismo intracorporal tóxico”. Este desenlace del
conflicto entre los complejos de Edipo y de castración configura una corriente psíquica
tóxica, que frecuentemente se asocia con otras, en las cuales predomina la represión, la
desmentida y la desestimación o la sublimación. El predominio de esta corriente
psíquica, enfatiza Maldavsky (1992) prepara el terreno para las manifestaciones
psicosomáticas.
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